Superar una ruptura amorosa es una tarea de resistencia. Porque además del impacto emocional y neurológico que genera –la neurociencia indica que los quiebres amorosos activan ciertas regiones del cerebro asociadas al dolor físico, dándole veracidad al credo popular de que “el amor duele”– implican, como explican los especialistas, estar luchando de manera activa contra el impulso natural de revisitar y rememorar los recuerdos de la relación terminada.
El cerebro, como explica la psicóloga y directora de la unidad de parejas y sexualidad de la Red de Salud de la Universidad Católica, Gianella Poulsen, reacciona frente a las rupturas amorosas como si se tratara de un adicto en un periodo de abstinencia. Es decir, como si se estuviera perdiendo de algo tan potente que la única opción es recurrir una y otra vez al recuerdo, activando nuevamente desde la privación del otro la experiencia que se quiere conmemorar y a la que se anhela volver. Pero, cada recuerdo y cada rememoración va alimentando y profundizando el dolor. Y por eso, la recuperación es tan difícil.
Y es que, como plantea la psicóloga clínica Joanne Dahl en su libro Love and RFT in Relationships, los estudios neurológicos que analizan el amor pasional revelan que activa áreas cerebrales asociadas a los sentimientos, a los sentidos y a lo cognitivo y, como tal, como también decía el filósofo chino del siglo VI, Lao-Tse, termina siendo la más fuerte de las pasiones, porque ataca simultáneamente la cabeza, el corazón y los sentidos.
Los seres humanos, como explica la profesional, necesitamos sentirnos seguros en nuestras relaciones más importantes. “Las preguntas que están a la base de construir un vínculo seguro son: ¿Me quieres? ¿Soy importante para ti? ¿Puedo contar contigo? Si te necesitara, ¿estarás disponible? ¿Me responderás? ¿Me escucharás? Cuando se produce una ruptura, la respuesta a estas preguntas suele ser no, y eso provoca un dolor muy grande, que en estos tiempos podría amplificar la sensación de abandono y soledad”, explica.