Para ponerlo en términos que entendería un presidente estadunidense obsesionado por Twitter, ha sido más un subtuit (un tuit que menciona a un usuario sin usar su nombre) que una tuitstorm (una serie de tuits relacionados publicados por un usuario en una rápida sucesión).
En los últimos días, destacadas asociaciones de la industria estadunidense, directores ejecutivos, inversionistas y profesores de escuelas de negocios han reprendido las sugerencias de Donald Trump de que si no le gustan puede no acatar los resultados de las elecciones. La mayoría fueron redactadas con cuidado pero, como ocurre con cualquier publicación indirecta en las redes sociales, su significado ha sido inconfundible.
Varios de los grupos industriales más grandes de Estados Unidos unieron fuerzas el martes pasado en una declaración tan llamativa como anodina.
“Instamos a todos los estadunidenses a apoyar el proceso establecido en nuestras leyes federales y estatales”, escribieron.
Dice mucho que esos grupos sintieran la necesidad de decir esto. Como cualquiera que haya discutido alguna vez sobre la redacción de una declaración con tantos autores les dirá, su redacción de más bajo denominador común también es lo más cerca que la comunidad empresarial llegará a enviar un cañonazo de advertencia al presidente.
Los inversionistas, basados en la fe, instaron a los líderes empresariales que mantenerse callados para defender una transferencia pacífica del poder o a que corran el riesgo de ser considerados “cómplices del caos”.
Hay un consenso cada vez mayor en el sector corporativo estadunidense de que Trump ya no es bueno para los negocios.
En 2017, “los líderes empresariales se aguantaron y entablaron un diálogo con este presidente porque vieron algunas oportunidades financieras inmediatas y decidieron ver más allá de lo que algunos querían creer que eran solo peculiaridades de estilo”, recuerda Aron Cramer, CEO de BSR, un grupo que ayuda a las multinacionales a navegar por sus responsabilidades sociales.