En realidad, el viejo no era tan viejo. Se llamaba Antonio Bolívar, tenía 60 años y acababa de enviudar. Estaba medio abandonado en un proyecto de vida utópica en una selva de la Amazonia que había acabado en ruina y se enfrentaba a una soledad que en el fondo no era tal porque por ahí asomaba lo salvaje y por ahí la codicia y por todo lados estaba una naturaleza brutal… Y estaban los libros, claro, que son la herramienta con la que Bolívar intentaba encontrar un sentido al desastre de estar vivo. Un poco más El amor en los tiempos del cólera y El coronel no tiene quien la escriba que La casa verde… Más o menos en eso consistía Un viejo que leía novelas de amor (Tusquets, 1993), el libro con el que el escritor Luis Sepúlveda se convirtió en best seller. 28 años después, Sepúlveda ha muerto después de un mes ingresado en Oviedo, enfermo de coronavirus.
Sepúlveda había nacido en Ovalle, Chile, en 1949, de modo que llegó a la literatura en las réplicas del Boom de la narrativa latinoamericana y a la política en los tumultuosos años 60. Trabajó en el Gobierno de Salvador Allende, pasó por la clandestinidad cuando el golpe de Augusto Pinochet y fue apresado y sentenciado a cadena perpetua. La presión de las ONGs europeas le valieron un indulto que habría de llevarlo a Suecia. Sepúlveda se rebeló también contra ese destino y pasó los siguientes años dando tumbos por América Latina, junto a sandinistas, tupamaros y grupos de disidencia indígena. En los años 80 se estableció en Alemania y se dedicó al activismo medioambiental.